Reflexiones sobre sostenibilidad y ética empresarial

septiembre 29, 2025 Artículos

Reflexiones sobre sostenibilidad y ética empresarial

Artículo por Isabel García Tejerina

Asistimos a tiempos ciertamente turbulentos. Aun siendo la incertidumbre inherente a la vida, no obstante, pareciera en ocasiones ser la única certeza.

Crisis múltiples y simultáneas, que solapan e incluso eclipsan los grandísimos retos de largo plazo que enfrentamos, añaden niebla a la ya por sí compleja gestión empresarial.

En el contexto que vivimos, el Knowledg Hub, heredero del Observatorio IE-Elecnor creado con el objetivo de impulsar una sólida cultura de cumplimiento en 2019, amplia su foco hacia los aspectos éticos en el ámbito de los negocios.

En 1948 se aprobó la Declaración Universal de los Derecho Humanos en el seno de Naciones Unidas, acordando a nivel mundial los principios esenciales para garantizar una vida digna en sociedad para todo ser humano. Casi recién cumplidos los 75 años de una Declaración que es, en algún modo, parte de la cimentación de la sostenibilidad como hoy la conocemos, en la Unión Europea se aprobó la Directiva sobre la diligencia debida en materia de sostenibilidad en las empresas, (aun estando en suspenso antes de haber entrado en vigor), que introduce obligaciones para las grandes empresas en relación con los efectos adversos de sus actividades en los derechos humanos y la protección del medio ambiente.

En estas 8 décadas se ha ido configurando el concepto de sostenibilidad, que tiene diversos enfoques, acepciones y atributos. Concepto jurídico indeterminado, aún (o siempre) en construcción en respuesta a circunstancias cambiantes, es un concepto que no tiene demasiado respaldo académico, y que en parte se ha ido construyendo sobre la base de la experiencia, en ocasiones como necesidad, en respuesta a grandes crisis, otras por mejor visión de gestión empresarial.

Conviene, en momentos de transición, de grandes cambios en los ámbitos geopolíticos, sociales, económicos, demográficos, medioambientales, tecnológicos, profundizar en el concepto de sostenibilidad, con el resultado de que pudiera ser una guía que alumbre la complejidad que los tiempos añaden a la gestión empresarial.

Años después de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en 1972 se celebró la primera Cumbre de la Tierra, que culminó con la Declaración de Estocolmo donde se afirma que:

“Hemos llegado a un momento de la historia en que debemos orientar nuestros actos en todo el mundo atendiendo con mayor cuidado a las consecuencias que puedan tener para el medio.

… será menester que ciudadanos y comunidades, empresas e instituciones, en todos los planos, acepten las responsabilidades que les incumben y que todos ellos participen equitativamente en la labor común.”

En 1986, el Informe “Nuestro futuro común”, conocido como informe Brundtland, define por primera vez el concepto de desarrollo sostenible como “la satisfacción de las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”.

En 1992 se celebra la segunda Cumbre de la Tierra, la Cumbre de Río. Se asume el concepto de desarrollo sostenible del Informe Brutland. Y se habla también de desarrollo sostenible en términos de equilibrio entre los aspectos medioambientales sociales y económicos.

En 1999 se acuerda el Pacto Mundial de Naciones Unidas. Es una iniciativa voluntaria lanzada por el secretario general de Naciones Unidas, Koffi Anan, en la que las empresas se comprometen a alinear sus estrategias y operaciones con diez principios universalmente aceptados en cuatro grandes áreas: derechos humanos, estándares laborales, medio ambiente y anticorrupción.

Dando un salto en el tiempo se llega al importantísimo año 2015, en que se acuerdan la Agenda 2030 con sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible y se aprueba el Acuerdo de París. Antes el papa Francisco había publicado su segunda encíclica, denominada Laudato si, sobre el cuidado de nuestra casa común.

Todos estos hitos van definiendo y encuadrando la sostenibilidad como hoy la entendemos.

Si descendemos a un plano no menos importante, a nivel empresarial, cuando hablamos de sostenibilidad, hablamos de gestionar una empresa teniendo en cuenta aspectos medioambientales, sociales y de gobernanza, es decir, hablamos de la consideración de los aspectos medioambientales, sociales y de gobernanza en la toma de decisiones. Por ello, se habla, aunque vaya cayendo en aceptación, de ESG.

Cuando se habla de sostenibilidad, se habla de la necesidad de generar valor a largo plazo, escapando de decisiones cortoplacistas que comprometan el futuro de la propia compañía.

Cuando hablamos de sostenibilidad, hablamos de la práctica de gestionar una empresa de forma que se persiga la generación de valor, los intereses y preocupaciones no sólo para el accionista (shareholder) sino también para sus grupos de interés (stakeholders), es decir, todo aquellos con quien se relaciona: clientes, proveedores, empleados, comunidades locales, medioambiente…

Y cuando se habla, y especialmente se reporta el desempeño en materia de sostenibilidad, nos referimos a los impactos, riesgos y oportunidades de una empresa en materia medioambiental, social y de gobernanza. La sostenibilidad se refiere a la identificación y gestión de estos aspectos que sean materiales, es decir, relevantes. Siendo esta quizá, la más operativa manera de afrontar la sostenibilidad por las empresas.

Teniendo todo esto en cuenta, parece más oportuno que nunca enfocar la sostenibilidad como un elemento esencial en toda estrategia empresarial para:

  • equilibrar el corto y el largo plazo en la toma de decisiones,
  • aprovechar las oportunidades de un mundo cambiante -baste ver cuántos negocios y modelos de negocio nuevos han surgido en torno a la responsabilidad ambiental debida, por poner un ejemplo-;
  • como una buena gestión de riesgos, tanto ambientales como sociales o de gobernanza que evite o amortigüe problemas futuros,
  • la transparencia plasmada en indicadores de sostenibilidad que se traduce en un mejor coste de capital o en mayor valor de la acción de muchas empresas, o de valor a través de la reputación.
  • generar cuantas ventajas competitivas pueden derivarse al incorporar la sostenibilidad en la cadena de valor.

Dicho de otro modo, sensu contrario, en los tiempos actuales ignorar las preocupaciones de los grupos de interés, no parece una buena opción: las de las comunidades locales, las de los empleados cuando se compite por la captación y fidelización del talento, cuando el cliente manda; no parece conveniente ignorar los riesgos no financieros, ni las bondades de la transparencia en la gestión o de un sólido sistema de cumplimiento.

Si hace unas décadas la sostenibilidad presentada como responsabilidad social corporativa era una aspiración, algo de no muchos, hoy la sostenibilidad debiera ser parte integrante de toda estrategia, pasando a ser una cuestión transversal al negocio.

Esta transformación no ha parado, sigue desde la regulación, pero también desde la innovación tecnológica, desde la presión social o del consumidor, desde la demanda de talento, desde muchas apuestas empresariales que han entendido bien la importancia de orientar su negocio buscando la generación de valor para la empresa al tiempo que se genera valor para los grupos de interés.

Y en este contexto, la ética empresarial debe actuar como trampolín que impulse el papel que las empresas deben estar llamadas a desempeñar en un mundo en cambio, que necesita afianzar el bien común.