Los agujeros negros de la transformación digital

La última revolución empresarial viene de la mano de una ambiciosa generación ‘millennial’ y una dominante presencia de las ‘start-ups’ en los procesos de innovación. Las tecnologías han creado una nueva forma de consumo y, al mismo tiempo, han generado ciertas incertidumbres que podrían comprometer la competitividad de muchas empresas. No obstante, hay esperanzas y claves para adaptarse a las nuevas reglas del mercado.

Los agujeros negros de la transformacion digital

La transformación digital es una de las revoluciones más importantes de los últimos años en el ámbito empresarial. Los procesos de gestión empiezan ya a estar dominados por las grandes computaciones de datos y todo apunta a que esta forma de operar seguirá evolucionando en los próximos años por el componente económico que trae consigo. Sin embargo, esta importante disrupción está abriendo diferentes debates sobre aspectos clave en la competitividad empresarial: cuestiones referentes al capital humano, al tecnológico, al márketing de productos o a la propia política de innovación en las organizaciones. Para comprender lo que puede dar de sí esta ciclogénesis digital hay que examinar quién está detrás de esta revolución, a qué precio se ha conseguido cambiar esa mentalidad y cuál es la evolución que siguen los principales agentes.

Las innegables bondades de la transformación digital están directamente asociadas con el desconocimiento de muchos cambios que ya están aflorando en el mercado de trabajo. Si a ello se añade que los tiempos de respuesta son cada vez más cortos y que la velocidad de la transformación es elevada, el reto se hace mayúsculo para las compañías de tinte tradicional. Entonces, ¿quién tiene la llave? ¿Cómo conocer estos agujeros negros que están generando las nuevas tecnologías?

 

El empuje y la atracción de la cultura ‘startup’

Las innovaciones de hoy empiezan a tener la firma de start-ups en lugar de la de las grandes compañías que han dominado el mercado en las últimas décadas. El coche autónomo, por ejemplo, está teniendo su gran desarrollo por empresas no automovilísticas y no por las propias de la industria. Google, Tesla o Uber, que abanderan una nueva genética innovadora, están apostando fuertemente por este tipo de vehículo, dejando a las principales firmas del motor en segundo plano.

Esta y otras tantas iniciativas que se están dando en una gran variedad de productos resultan muy del gusto de los grandes agentes financiadores. Las start-ups han conseguido que la deuda pase a ser inversión o que el capital riesgo quiera autodenominarse “capital privado”. Muchos informes ya dejan ver que la financiación europea hacia estas empresas empieza a hacerse de manera regular, si bien Estados Unidos sigue llevando la iniciativa casi doblando su inversión para proyectos tecnológicos.

Se puede hablar, por tanto, de una innovación más auténtica, unida mucho más a la parte comercial y sin los corsés de las restricciones propias del mercado. No obstante, el tiempo y los cadáveres que deje a su paso darán la respuesta para saber si es verdaderamente una disrupción.

La carrera por la implantación tecnológica ha disparado los extremos; aquella ‘start-up’ que no haya encontrado su momento en el mercado solo tiene dos opciones: extinguirse o evolucionar.

Una mentalidad de consumo diferente

Lo que sí se conoce por el momento es un cambio de consumo en el ámbito social. Este aspecto se caracteriza por distintas claves, empezando por la comunidad. Si anteriormente se hablaba de clientes aislados, hoy se habla de comunidad, es decir, personas unidas, interesadas en algo concreto que comparten o que patrocinan esa querencia, haciendo del mercado un campo colaborativo. He ahí el caso de Airbnb o la tendencia de pagar solo por lo que se usa.

Desde este escaparate virtual de alquiler de habitaciones se ejemplifica una nueva clave en el consumo: Internet. La red se ha instalado en las casas y dispositivos móviles de la mayoría de los ciudadanos, con lo que el producto o servicio, solo por estar presente en este gran dominio, ya tiene un alcance de abundancia. Y ya se sabe que, a mayor abundancia en el mercado, menos precios se barajan, porque la tecnología es capaz de amortizar rápidamente los servicios ofrecidos.

Este panorama está rediseñando de forma paralela el mercado laboral. Además, los nuevos inquilinos son la generación millennial, que encarna esta revolución, las formas de liderazgo y, en definitiva, la forma de trabajar de las compañías con cierto protagonismo en el ámbito  económico. Las reglas de antes han quedado obsoletas; los equipos ya no se autodefinen, sino que ahora se autoorganizan; los líderes sirven, pero no presiden; el poder está en compartir, no en ocultar la información… Y así otras tantas máximas que no hacen más que definir la genética de las start-ups.

Se trata de proyectos cuyas innovaciones se han de diferenciar del resto por el mecanismo de la selección natural. La carrera por la implantación tecnológica ha disparado los extremos; aquella start-up que no haya encontrado su momento en el mercado solo tiene dos opciones: extinguirse o evolucionar.

El ritmo y la evolución de todo lo que tenga el apellido de digital proponen coraje y compromiso a los próximos líderes. La velocidad del cambio ha traído nuevos trabajos que hace unos pocos años no existían, cerrando por completo una etapa, la del siglo XX, en la que un empleo podía durar toda la vida. El patrón ahora es distinto y los perfiles más demandados son los digitales y los profesionales capaces de reunir una curiosa mezcla de márketing, tecnología y negocios.

La empresa digital está actualmente configurada por tres grandes contrastes:

  1. Conocimientos de corto recorrido. La transformación absorbe muy rápidamente el saber y las competencias. No hay precedentes del rápido efecto de la obsolescencia.
  2. Grupos de trabajo reducidos. Realmente hacen falta pocos trabajadores para poner en valor una innovación en el mercado. Si antes una empresa como Kodak podía superar los 140.000 empleados en el mundo, hoy el éxito de Instagram (adquirida por Facebook por 1.000 millones de dólares en 2012) está basado en una plantilla de 12 trabajadores.
  3. Trabajadores, no empleados. Quizá el gran contraste de las start-ups tecnológicas es que los trabajadores no figuran en las plantillas. Así actúan Uber o Airbnb, con modelos de contratación basados en la figura del autónomo.

Considerar la opción de poner en práctica un laboratorio corporativo de ‘start-ups’ se hace muy recomendable para conectar con la nueva cultura emprendedora.

Opciones para no sucumbir al tsunami digital

Con este horizonte, cabe destacar que no todo está perdido para la empresa tradicional. La competitividad tiene su continuidad según las acciones que se lleven a cabo en esta nueva era. Para empezar, conviene aliarse con los que están llevando la bandera de la innovación. Considerar la opción de poner en práctica un laboratorio corporativo de start-ups se hace muy recomendable para conectar con la nueva cultura emprendedora. No en vano, muchas grandes empresas ya cuentan con este tipo de herramientas para vincularse con los productores de la innovación. Esta solución consiste en crear espacios abiertos de trabajo para compartir discusiones y crear proyectos que se relacionen, de alguna manera, con la actividad del negocio.

Desde estos laboratorios se ayuda a impulsar una forma diferente de educación. Ser promotor de conocimientos digitales genera valor en las empresas, siendo partícipes de materias o habilidades específicas que tendrán sus empleados en el futuro. Y es que no hay duda de que la viabilidad de los proyectos reside en la creación de valor. Así se lo han propuesto gigantes como Amazon, Google, AT&T o Netflix. Estas y muchas otras compañías, con modelos de negocio basados en la proximidad, han despejado el camino de incertidumbre que ha creado la transformación digital.

 

© IE Insights.