Por un urbanismo complejo e integrado

Los planes maestros en urbanismo han dejado de tener sentido. Es el momento de pensar en la complejidad de las ciudades y ofrecer proyectos que integren todas las variables posibles. En pleno siglo XXI carece de sentido planificar infraestructuras inalterables y que respondan a hechos impredecibles de antemano.

Por un urbanismo complejo e integrado

La expresión plan maestro en urbanismo se ha quedado anticuada. Es necesario cambiar el lenguaje utilizado en este sector y desechar la idea de unas estructuras arquitectónicas inmóviles. Hay que tener en cuenta el contexto, el sentido colectivo del negocio, y plantearse para quién se construye. Como dijo en la última década del siglo XIX un famoso planificador urbanístico escocés, Patrick Geddes, “una ciudad es más que un sitio en el espacio; es una obra de teatro en el tiempo”.

Esta frase, que aparentemente puede no sugerir mucho, provoca el replanteamiento de ciertas ideas. ¿Hacemos los planes maestros correctamente? ¿Deberíamos cambiar de forma de pensar? La conclusión es que hay que plantear el desarrollo urbanístico de otra forma. Hay que imaginar cómo sería un barrio o una estructura dentro de veinte años, ya que una ciudad cambia con el tiempo. Eso puede proyectar una imagen distinta. Por este tipo de circunstancias, la arquitectura ha de abrazar la complejidad.

El paradigma arquitectónico ha cambiado. Lo complejo aporta valor a las construcciones. En uno de mis proyectos, el cliente me dijo que estaba preocupado por la cantidad de variables. Me pidió que lo simplificara. Mi respuesta fue que, precisamente, en esa complejidad radicaba su principal valor. Esta anécdota refleja las ciudades o los lugares en los que vivimos. Aun así, este elemento es difícil de incorporar a los planes de desarrollo. Hay que pensar en cuáles son los conductores del cambio que se pueden introducir (energía, demografía, cambio climático, etc.), qué impacto tienen y de dónde provienen.

Hay que tener en cuenta el contexto, el sentido colectivo del negocio, y plantearse para quién se construye.

Involucrarse con la población

Para apartar el mito de los planes generales, es necesario consultar a la población afectada por las nuevas infraestructuras e involucrarse con ella. Por ejemplo, en un proyecto en Londres se introdujo un sistema digital que era capaz de identificar patrones en las respuestas que daban los vecinos y, de esta forma, se obtuvo una ayuda capital para saber cuáles eran sus prioridades. La conclusión fue la adaptación del plan inicial a las necesidades de esa zona.

No obstante, existen otros parámetros que hay que tener presentes en estos proyectos y que tienen mucha importancia. La creación de empleo en la zona y el nivel de educación y de salud de los residentes tienen un impacto directo en el tipo de desarrollo urbanístico que se debe emprender. Para facilitar esta labor, existen modelos informáticos paramétricos que permiten simular los escenarios y entender mejor la evolución de los barrios. Se pueden cruzar infinidad de variables que nos proporcionarán una imagen bastante realista de dónde estamos trabajando y hacia dónde debemos dirigir nuestros esfuerzos.

El brexit es un ejemplo clarísimo. ¿Quién habría podido saber lo que iba a ocurrir? En un desarrollo urbanístico integrado, tenemos la habilidad de responder a un hecho impredecible con la mayor rapidez posible. Con un plan maestro, la respuesta es mucho más compleja.

 

Influencias para un desarrollo integrado

Este desarrollo integrado y sostenible está sometido a muchas influencias, que varían con bastante facilidad. El medioambiente, el turismo o el desarrollo económico son algunos de estos factores. La forma en la que podamos juntarlos e integrarlos es uno de los mayores retos de los procesos arquitectónicos contemporáneos. Un ejemplo de cómo construir esta identidad y apostar por la complejidad antes mencionada se refleja en un proyecto realizado en el sur de Ámsterdam. En una zona había edificios icónicos, pero quedaba un área pendiente de desarrollo. La apuesta fue la plantación de un campo de maíz, lo que cambió la identidad del barrio. Nada de esto estaba en el plan maestro. Se trata de una forma distinta de conectar a la gente, de diversificar la complejidad y de aportar cierta contradicción a la ciudad.

Otro ejemplo interesante de lo que supone aportar valor es lo que ha ocurrido en la zona de King’s Cross, en Londres, desde la década de los noventa. Desde entonces hasta la actualidad, este barrio ha multiplicado su valor por ochenta. Hay tres momentos que explican esta evolución. El primero fue la aprobación por parte del Gobierno de una serie de normativas que dieron la certeza de que se podría edificar allí. El segundo fue la instalación de complejos modernos, como campos de golf o discotecas. Y el tercero fue la inversión realizada para los Juegos Olímpicos de 2012 y los proyectos de construcción posteriores. El plan maestro no contenía ni una sola línea sobre el desarrollo de King’s Cross, pero, al final, ha tenido una rentabilidad inimaginable para el barrio.

En un desarrollo urbanístico integrado, tenemos la habilidad de responder a un hecho impredecible con la mayor rapidez posible.

Priorizar en urbanismo

El urbanismo tiene que volver a las prioridades adecuadas en el momento oportuno. Si se dominan todas las variables y se entiende cómo se relacionan, se diseñará un gran lugar. Un proyecto puede tener en cuenta desde el control de la polución hasta la gestión de los residuos, pero hay que ir más lejos. Hay que buscar un contexto mayor para comprender los aspectos técnicos, la gobernanza o las relaciones entre los vecinos y transferir ese conocimiento al proyecto.

Es necesario sopesar cómo los proyectos urbanísticos aportan valor a las trayectorias que dan forma a las ciudades. Demos confianza a la sociedad. Lo importante no son los edificios u otros aspectos superfluos, sino el hecho de que la gente quiera seguir viviendo donde vive.

 

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