Leticia Ponce Hernández
Siempre me ha gustado lo nuevo. Cuando era niña, nos mudábamos mucho por el trabajo de mi padre y a mí me encantaba explorar sitios nuevos y conocer a gente distinta. Ya de mayor, mis estudios y mi carrera me han seguido llevando alrededor del mundo. Hasta la fecha, he vivido en Ciudad de México, Arizona, Monterrey, París, Illinois, Atlanta y, ahora, en Madrid. Mis aficiones y lo que atrae mi interés son igual de diversos. Siempre me ha gustado probar un poco de todo, como tocar el violín, jugar al tenis, esquiar, las clases de cocina, hacer punto, la carpintería y la pintura.
"Sé atrevido y abierto, no te avergüences cuando hables de tus ideas."
La vida es el mejor maestro, así que procura siempre prestar atención
A la profesora Leticia Ponce Hernández, el gusanillo por el emprendimiento le picó pronto. Empezó su primer negocio a los ocho años, cuando compraba cajas de chicles y los vendía en el colegio para sacar beneficios. Aquella experiencia le sirvió para tener una idea de los costes y los precios, además de darle dinero para comprarse una tabla de skate.
Después, mientras estudiaba diseño gráfico en la universidad, Leticia ideó otro proyecto. A raíz de las alabanzas que recibía por el colorido y atractivo material de papelería que ella misma se fabricaba, decidió pedir ayuda al padre de una amiga, y propietario de una imprenta, para levantar su pequeño negocio.
Leticia aprovechó su red de contactos de la universidad para dar a conocer su producto. Veinte amigos suyos la ayudaron a vender el material de papelería, llevando muestras a otras escuelas y universidades de Ciudad de México. Con ayuda de este equipo comercial, vendió casi la mitad de sus productos en solo cuatro meses. Leticia usó el dinero recaudado para hacer su primer viaje a Europa.
Leticia obtuvo un MBA en la Kellogg School of Management de la Northwestern University. Tras su regreso a Ciudad de México, conoció a su marido y pasó varios años trabajando para empresas internacionales. Doce años después de su aventura en el mundo de la papelería, inició su siguiente negocio, en esta ocasión asociándose con su madre. Se convirtieron en las propietarias de una exitosa franquicia de decoración española, vendiendo tejidos europeos a precios asequibles.
En ocho años, el formidable equipo formado por Leticia y su madre abrió nueve tiendas y vendió una cantidad de productos valorada en más de cinco millones de dólares. Pero trabajar tan lejos de su marido empezó a pasarle factura en un momento en el que Leticia, además, estaba embarazada. Por lo que decidió vender el negocio para pasar más tiempo con su familia.
Después de varios años cuidando de sus hijos y trabajando en una fundación por las mañanas, su marido la animó a lanzarse hacia un nuevo proyecto. ¿Por qué no dar clases? Después de todo, Madrid era la sede de IE University, la institución que ofrece el mejor programa de MBA de la ciudad.
Motivada ante tal reto, Leticia se presentó al puesto y la llamaron para una entrevista. Aterrizó como profesora asociada para impartir clases de gestión de negocios en inglés en la nueva universidad internacional que estaba por abrir en Segovia en 2009.
Como parte del programa que impartía, los estudiantes tenían que desarrollar su propio plan de negocios y Leticia descubrió que había algunas ideas geniales. Así que decidió fundar un Laboratorio de Startups para darles a los estudiantes la oportunidad de desarrollar sus ideas de negocios una vez que hubiese acabado el curso, invitando a ángeles inversores a escuchar las propuestas.
Desde entonces, Leticia ha ayudado a que más de 180 estudiantes sigan con sus proyectos de negocio e, incluso, ha invertido en una empresa creada por uno de ellos. También ha seguido aprendiendo gracias a la creación del seminario “Generando felicidad en uno mismo y en el entorno de trabajo”, que le ha permitido ampliar su conocimiento sobre gestión, emprendimiento y psicología positiva.
Leticia disfruta de la enseñanza y de la relación con sus estudiantes, aprendiendo de ellos tanto como ellos lo hacen con ella. Su trabajo la enriquece y la motiva a seguir dando lo mejor de sí. Su empleo no solo le da un sentido y un propósito a su vida, sino que ella para nada lo siente como un “trabajo”.