Las elecciones presidenciales en Egipto –cuya primera vuelta empezará el 23 de mayo, si no hay sorpresas– tienen una importancia máxima para el futuro del país. La transición política iniciada con la caída de Hosni Mubarak en febrero de 2011, como resultado de una masiva revuelta popular, debería marcar un hito histórico durante las próximas semanas con la proclamación de un nuevo presidente. Por primera vez en su historia moderna, los egipcios no saben de antemano quién será el vencedor en unas elecciones y, por consiguiente, aún desconocen el nombre del próximo jefe del Estado. Algo así era impensable hasta hace poco más de un año.

Cerca de 52 millones de votantes podrán elegir a uno de los 12 candidatos que se presentan a la primera vuelta los días 23 y 24 de mayo. En caso de que ninguno de ellos consiga la mayoría absoluta, los dos más votados se enfrentarán en una segunda vuelta los días 16 y 17 de junio. Cuatro días más tarde, el nuevo presidente deberá asumir un cargo que ha estado vacante durante los últimos 15 meses.

Egipto tiene un sistema político presidencialista. Distintos factores históricos y políticos han dado un peso predominante a la presidencia frente a otros poderes del Estado. A pesar de que aún no se ha conseguido redactar una nueva constitución, la cual podría modificar o reducir las competencias del presidente, su figura seguirá siendo central en la nueva etapa. El próximo presidente tendrá un papel central en el intento de construir la “segunda república” egipcia que debería surgir de la transición hacia un sistema democrático que favorezca la justicia social, la igualdad de oportunidades y el respeto a la dignidad de las personas. Ése será el principal –y nada fácil– reto al que se enfrentará el próximo presidente. Seguir leyendo…

Haizam Amirah Fernández es también investigador principal para el Mediterráneo y Mundo Árabe en el Real Instituto Elcano.

Artículo publicado por el Real Instituto Elcano el 18 de mayo de 2012.